Autismo, TDAH, dislexia… La importancia de diagnosticar los trastornos del aprendizaje

23/03/2023

Autismo, TDAH, dislexia… La importancia de diagnosticar los trastornos del aprendizaje

Surge una protesta en muchas escuelas: “¡Por ​​favor, dejen de estigmatizar a los niños con tantos diagnósticos! Solo sirvo para medicalizar y vender más medicamentos”. Es una protesta expresada por algunos padres, en realidad, pero también por algunos educadores.

En pocos años ha aumentado la prevalencia del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la dislexia o el espectro conductor de alto rendimiento, entre otros trastornos del neurodesarrollo. Y surge una pregunta bastante lógica: ¿estamos patologizando la normalidad? ¿Somos víctimas de una estrategia mercantilista?

Un gran paso para la igualdad de oportunidades

La respuesta es que no. Siempre habrá diagnósticos erróneos o indebidamente comunicados, pero, en general, estamos asistiendo a un gran paso adelante. ¡Quizás la mejor manera de percebirlo está en lo que ocurre cuando negamos la evidencia!

Valga como ejemplo de este caso real. Niño de párvulos, tres años. Una maestra de educación especial que lleva a cabo inhibiciones sociales: no mirar a los ojos, no jugar juegos simbólicos, no hacerle señales a sus dos juguetes... La maestra cree que puede tener un traslado de conductor, pero el resto de los compañeros no permiten una evaluación especializada. “Es muy pequeño para cargar con ese estigma”, dicen.

Resultado: pérdida de tiempo para desarrollar estrategias educativas efectivas y con evidencia científica. También es una oportunidad perdida para solicitar una ayuda profesional para el curso siguiente, ayuda a la que estos niños tienen derecho.

Este caso suscita otra reflexión no menor: un profesor formado en los trastornos del aprendizaje puede ser capaz de preguntarse sobre estos y otros problemas. Podemos dejar el diagnóstico definitivo al pediatra o al psicólogo clínico, pero quizás con los años ese profesor tenga una muy buena mirada semiológica (sobre todo si es educada) y colegas menos experimentados deberían hacer este caso.

Los maestros pueden hacer una puntuación importante, puede un prediagnóstico mejorar la predicción y la inclusión social de todos los casos afectados. La plasticidad del cerebro tiene unas “ventanas” de educación que debemos intentar.

Este caso tiene la virtud de señalar la respuesta a la pregunta con la que comenzamos el artículo: si hay más niños con TDAH, dislexia o autismo, simplemente ahora presta más atención y lo diagnosticaremos con mayor rigor.

Afortunadamente, la sociedad ha avanzado y avanza en un actuar más integral con la diversidad, ya sean formas de vivir, inclinaciones sexuales o neurodiversidad.

Este enfoque también debe ser una preocupación de política pública. El neurodesarrollo trasturno debe tenerse en cuenta con planes educativos específicos, que pueden llegar a representar entre el 11% y el 15% del alumnado.

una vida plena

¿Estigmatiza a quien diagnostica? Una respuesta sencilla podría ser: estigmatiza quien no conoce la relatividad de un diagnóstico y ve la parte negativa sin ver la positiva.

Vemos el caso de la dislexia, que generalmente se acompaña de fortalezas que compensan. Son niños inteligentes que además tienen una notable habilidad para orientarse en el espacio. Muchos superan el problema con estrategias que ellos mismos inventaron.

Esta transformación no solo no les ha privado de una vida plena, sino que se han empoderado de estrategias de metacognición que les servirán para otras redes. Pero un porcentaje no podrá superarlo con estrategias adecuadas: para éstas sí va a ser una clave que necesita diagnóstico y refuerzo. Y desgraciadamente, aquí entra el sesgo de la clase social y el tipo de familia que alberga al niño.

Es un error pensar que un diagnóstico define a una persona. Esto no lo diagnosticamos: lo hacemos para definir lo que es general y generalizable en una persona. Por tanto, un diagnóstico es siempre una necesaria reducción y simplificación para activar planes terapéuticos o ayudas sociales. Pero siempre hay que aplicar guías y protocolos clínicos en torno al paciente y sus características.

En conclusión: un buen educador, un buen pediatra, un buen médico de familia, una enfermera, un psicólogo o un asistente social comparten un mismo fin, sentar las bases de una vida plena para cada persona. Conocer en profundidad la neurodiversidad ofrece a cada niño –y quizás, en un futuro, a cada adulto– la posibilidad de reeducar habilidades para adaptarse mejor a su entorno, a sus relaciones interpersonales y, así, reducir el deseo de oportunidades.


Vicente Morales Hidalgo, médico pediatra y miembro del Grup de Trastorns de l'Aprenentatge de la Societat Catalana de Pediatria, colaboró ​​en la elaboración de este artículo.


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